El ciclista tejano cree que con Obama de presidente habría sido más querido en Europa
MARTIN HARDIE - Adelaida - 18/01/2009
La sala, repleta de cámaras de televisión; periodistas de todos los países, un contingente de norteamericanos en la primera fila... Esto es Australia, la víspera del Tour Don Ander, la primera carrera de Lance Armstrong desde el Tour de Francia de 2005. Zumban los susurros, la expectación. Traen una bicicleta, su bici. Unas cuantas veces se oye de repente: "¿Ya viene?... Falsa alarma... ¿Hay que levantarse cuando aparezca?". Es como estar en la iglesia. Un silencio sepulcral acompaña su llegada junto a Johan Bruyneel, su director en el Astana. Un periodista le comenta que el recibimiento que se le dispensa es como el que uno esperaría para Jesucristo tras su resurrección y el estadounidense responde rápido: "No creo que Jesucristo montase en bicicleta".
El ganador de siete Tours vuelve en Australia a la competición
A pesar de la exageración de los medios y de las medidas de seguridad, Armstrong pretende "participar en esta carrera con una expectativas modestas, una mezcla de nervios y emoción, sin grandes objetivos, excepto los de volver a coger el ritmo de la competición. Emociones encontradas, mezcladas con nervios...". Quizás, como él mismo dice, el deseo de triunfar sea diferente ahora. Si hay que creerle, no habla sólo de la bicicleta. Dice que la razón principal de su regreso es promover la fundación Livestrong. Una noble causa, por supuesto. Todos piensan que es algo bueno luchar contra el cáncer. Pero los sentimientos son confusos, como los suyos al volver a competir. "He regresado para llevar el mensaje de Livestrong por todo el mundo, para hablar sobre la carga de esta enfermedad". Su bici tiene dos cifras grabadas: la del tubo vertical representa la suma de los días transcurridos desde su última carrera, 1.274. La otra, 27,5, los millones de personas que han muerto de cáncer en ese tiempo. "Una cantidad asombrosa", matiza; "más que toda la población australiana".
Desde su punto de vista, lo primero que hay que hacer es prevenir el cáncer; lo segundo, cogerlo a tiempo, y lo tercero, asegurarse de que toda la humanidad tenga acceso a la mejor atención médica, sin distinción de país o raza. Su objetivo tiene tanto que ver con la salud pública como con la bicicleta. Si el tiempo que va a dedicar a ésta cambia tal afirmación está por ver, pero, en todo caso, parece declararse firmemente a favor de la reforma de la sanidad en Estados Unidos.
Cuando se le pregunta si su legado se habría visto de manera diferente en la vieja Europa si hubiera ganado sus siete Tours durante el mandato de Obama en vez de durante el de Bush, Armstrong admite: "Desde luego, ocurrieron muchas cosas... Irak, Afganistán, la personalidad ruda de Bush... A ello se añade el hecho de que pasé un tiempo con él en la bici... La gente pensó que yo era su mejor amigo, pero fui a pedirle 1.000 millones de dólares para luchar contra el cáncer. Nunca los conseguimos, pero, como defensor de la lucha contra el cáncer, tuve que ir y pedírselos, igual que espero reunirme esta semana con Kevin Rudd, el primer ministro australiano". "Pero, sí", agrega, "probablemente la imagen habría sido distinta si el presidente entonces hubiera sido Obama, no Bush".
El tejano no planea salir en bici con Obama, ya que el próximo presidente prefiere el baloncesto: "Él puede saltar. Yo, no". Pero se siente "optimista" respecto al nuevo Gobierno de su país: "Obama es cercano y sensible al cáncer, pues perdió a su madre y su abuela por su causa. Lo mejor que puede hacer es cambiar el sistema de sanidad nacional".
En relación a su segunda resurrección -la primera fue en 1998, cuando regresó al ciclismo tras superar un cáncer-, Armstrong afirma: "Estoy tranquilo porque disfruto al máximo. Hago esto gratis [no va a cobrar por correr, pero recibirá 775.000 euros por hablar del cáncer]. Lo hago porque me encanta. En 2004 y 2005 era un trabajo, pero ahora he recobrado la pasión y eso ayudará al ciclismo y a la fundación Livestrong".
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